En el aparato reproductor femenino, los ovarios contienen
numerosas agrupaciones celulares o folículos primordiales, donde tienen lugar las
principales etapas de la ovogénesis. Cuando del ovario se libera un ovocito
secundario, éste es dirigido al interior del oviducto o trompa de Falopio por
acción de pequeños cilios que cubren la entrada de la trompa. Los dos oviductos
se unen al útero o matriz, órgano musculoso y hueco que se estrecha hacia una
pequeña abertura, llamada cérvix o cuello uterino, que comunica con la vagina.
La cavidad uterina está revestida por una mucosa – el “endometrio” – que prolifera,
sangra, escama y se regenera periódicamente durante la vida reproductiva de la
mujer. La vagina es un canal que tiene una abertura externa separada de la
uretra.
La ovogénesis comienza durante el desarrollo embrionario de
la mujer y culmina a lo largo de su vida sexual activa, después de la pubertad.
Cada folículo primordial consta de un “ovocito primario” rodeado de células aplanadas.
Los ovocito inician precozmente su primera división meiótica, pero la detienen
en las postrimerías de la profase I. Muchos generan en esa etapa la maduración,
antes o después del nacimiento de la persona: el resto permanece sin evolucionar
hasta que se alcanza la pubertad, o sea cuando la joven tiene entre 12 y 14
años de edad, aproximadamente. Con la pubertad, los folículos que subsisten
reanudan su desarrollo, acicateados por la “hormona estimulante del folículo”
(HEF), producida en la adenohipófisis. Esta gonadotropina actúa sobre los folículos
de una forma cíclica, de tal manera que cada mes, más o menos, madura un solo folículo
dentro de uno de los ovarios. El desarrollo del folículo se caracteriza por un
aumento de su tamaño, ocasionado por la proliferación de las células que rodean
al ovocito primario. Cuando llega a cierto diámetro, aparece al interior del
folículo una cavidad llena de líquido donde se concentran grandes cantidades de
estrógenos, hormonas elaboradas por las células foliculares. A esta altura del
proceso se dice que el folículo primordial se ha convertido en un folículo
Graaf. Dentro de éste, el ovocito ocupa una posición periférica, y está
envuelto por una zona pelúcida y una masa de células foliculares que lo retienen
cerca de la pared de folículo.
En la última etapa de su desarrollo, el folículo de Graaf se
hace sensible a una segunda hormona hipofisaria, la “hormona luteinizante” (HL),
que ejerce una doble acción: estimula al ovocito para que reanude la meiosis (Interrumpida
muchos años antes) e induce el proceso de ovulación. Efectivamente, como
respuesta a la HL, el ovocito primario completa su primera división meiótica,
avanzando a través de la metafase, anafase o telofase correspondiente. El
resultado es un “ovocito secundario” (n cromosomas) y un corpúsculo polar. La
segunda división meiótica comienza tan pronto termina la primera, pero se
detiene en la metafase II. Mientras transcurren estos acontecimientos, el
folículo de Graaf se aproxima a la superficie del ovario, aumenta de tamaño y,
tras una descarga masiva de HL, termina por romperse y liberar al ovocito secundario.
Después de la ovulación, el folículo vacío se llena de células glandulares, transformándose
en una nueva estructura, el cuerpo lúteo, que secreta la hormona progesterona.
Uno de los efectos principales de la progesterona es acrecentar
el flujo de sangre hacia el útero, lo que provoca el engrosamiento de la mucosa
uterina hasta quedar en condiciones de recibir y alojar al óvulo fecundado. Si
no hay fecundación, el cuerpo lúteo degenera y desaparece como tal. Ausente la
progesterona, la mucosa uterina se desintegra produciendo una pequeña
hemorragia. La descarga mensual de esta sangre no coagulada, que sale con
fragmentos de mucosa, constituye la menstruación.
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